Misoginia Eclesiástica
Texto recogido y comentado por Guadalupe Sánchez Guinart
“Cuando los israelitas hicieron de Jehová un dios monoteísta quedó establecido el prototipo de macho autoritario. Las mujeres quedaron no sólo excluidas de tomar parte activa en los servicios divinos sino que se las segregó de la congregación, corrompiendo su mera presencia la moral pública. La actitud hebrea y oriental hacia las mujeres la adoptó la Iglesia cristiana con restricciones incluso más severas. Según el enfoque de la Iglesia cristiana primitiva, las mujeres no podían conseguir el estado ético-moral de los hombres porque se las tenía fundamentalmente por tentadoras lascivas, que deliberadamente hacían alarde de su cuerpo y por ello representaban una influencia maligna sobre los hombres que debía suprimirse o, por lo menos, minimizarse siempre que fuera posible. La misoginia de San Pablo y de los Padres de la Iglesia llegó tan lejos que incluso dudaron de que las mujeres pudieran ser cristianas de pleno derecho. También Lutero tiene algunas cosas reprensibles que decir al respecto. Como resultado de estos puntos de vista teológicos, en la música de Iglesia (que durante mucho tiempo fue el principal campo de la música) las partes de soprano y contralto las cantaban falsetistas, luego muchachos y, en las iglesias mas importantes, castrados. Sin embargo, debe hacerse hincapié en que la exclusión de las cantantes no fue por motivos musicales sino solo por razones morales y teológicas; la civilización judeo-cristiana envenenó a Eros, rechazando el misterio del amor y de todo aquello que fuera sexual: “La naturaleza es pecado”.
El concilio de Chalons, en 650 d.c., apartó firme y oficialmente a las mujeres del santuario y del coro. El Señor había creado al hombre a su imagen y semejanza, pero eso no siempre incluía a la mujer de la especie y la máxima de San Pablo mulier taceat in ecclesia (la mujer callada en la iglesia) se obedeció al pie de la letra. En su famosa encíclica Motu propio, sobre la música en la iglesia, el papa Pío X declaraba:” Las mujeres, al ser incapaces de ejercer el oficio litúrgico, no pueden ser admitidas en el coro”. Esta exclusión categórica fue modificada para los coros exteriores al santuario “siempre que las mujeres estuvieran lo mas apartadas posible de los hombres”. Principalmente era el “aspecto moral” el que preocupaba al clero célibe. Cinco años después de Motu propio, un decreto de la Sagrada Congregación para el Rito reafirmaba la suprema exigencia de separar a los hombres de las mujeres. Merece la pena citar el comentario de 1908 a este decreto por su ingenua respuesta: “Si fuera una cuestión de ángeles, no habría daño alguno en mezclar hombres y mujeres en el coro, pero es que estos hombres están hechos de barro”. Difícil de creer, pero Tetrazzini, la diva mundialmente famosa, cuenta en sus memorias que la mayor pena de su vida fue que no podía “agradecer a Dios la voz que me había dado cantando para Él en la iglesia”. Pío XII en su encíclica Musicae sacra disciplina, (1955) admitía que “donde no haya muchachos en número suficiente se permite que pueda cantar los textos litúrgicos un coro de hombres y de mujeres en misa mayor”. Sin embargo, el austero papa inmediatamente matizaba esta relajación del código moral añadiendo que eso sólo es permisible “si los hombres están completamente separados de las mujeres y de las jóvenes y si se evita cualquier cosa indecorosa”. ( LANG, Paul Henry: Reflexiones sobre la música, Madrid, Editorial Debate, 1998, pp. 227-228).”
Comentario:
Os mando este texto sobre la mujer, la música y la Iglesia en el que el autor deja bien claro la” cosa” que éramos las mujeres (y aún somos) para los papas, obispos y otros profesionales de la salvación de almas.
Asusta pensar lo poco que se ha movido la jerarquía eclesiástica vaticana, y en nuestro caso la Iglesia Católica española, en favor de la igualdad y los derechos de la mujer, y en la condena de la violencia machista. La Iglesia condena el asesinato y la agresión, pero también disculpa y comprende, en cierto modo, la actitud causante del daño. Actitud machista que su teología defiende para liberar al hombre de la “influencia maligna” de las “tentadoras lascivas” que “alardean de su cuerpo” incitando al pecado y a la perdición etc. etc.
Como ya sabemos todas, la retrograda Iglesia tiene mucha presencia entre nosotros, tiene mucha influencia en la educación y en la política y continuamente alardea por todas partes de su mensaje teológico y misógino.
En la Semana Santa de Orihuela, por ejemplo, el Ayuntamiento (que somos todos/as) organiza y financia en colaboración con el Obispado, una procesión en la que saca a la calle y se exhibe un conocido paso: “la Diablesa”, escultura que representa perfectamente lo “malas” que somos las mujeres y el daño que hacemos a los hombres condenándolos al infierno. En el grupo escultórico pasional destaca una “demonia” con grandes tetas, gesto de lascivia y cara de muy mala, que nos sugiere claramente el desprecio hacia la condición femenina que aún hoy late en la Iglesia en la forma de un machismo bestial y discriminatorio que nos identifica como la causa de la desdicha del hombre.
Sirva este comentario para despertar a algunas mujeres que todavía tienen los ojos cerrados y no se han dado cuenta aún por donde y de que manera se manifiesta cotidianamente ante nosotras el peor de los machismos. Protestemos
Amen.
El concilio de Chalons, en 650 d.c., apartó firme y oficialmente a las mujeres del santuario y del coro. El Señor había creado al hombre a su imagen y semejanza, pero eso no siempre incluía a la mujer de la especie y la máxima de San Pablo mulier taceat in ecclesia (la mujer callada en la iglesia) se obedeció al pie de la letra. En su famosa encíclica Motu propio, sobre la música en la iglesia, el papa Pío X declaraba:” Las mujeres, al ser incapaces de ejercer el oficio litúrgico, no pueden ser admitidas en el coro”. Esta exclusión categórica fue modificada para los coros exteriores al santuario “siempre que las mujeres estuvieran lo mas apartadas posible de los hombres”. Principalmente era el “aspecto moral” el que preocupaba al clero célibe. Cinco años después de Motu propio, un decreto de la Sagrada Congregación para el Rito reafirmaba la suprema exigencia de separar a los hombres de las mujeres. Merece la pena citar el comentario de 1908 a este decreto por su ingenua respuesta: “Si fuera una cuestión de ángeles, no habría daño alguno en mezclar hombres y mujeres en el coro, pero es que estos hombres están hechos de barro”. Difícil de creer, pero Tetrazzini, la diva mundialmente famosa, cuenta en sus memorias que la mayor pena de su vida fue que no podía “agradecer a Dios la voz que me había dado cantando para Él en la iglesia”. Pío XII en su encíclica Musicae sacra disciplina, (1955) admitía que “donde no haya muchachos en número suficiente se permite que pueda cantar los textos litúrgicos un coro de hombres y de mujeres en misa mayor”. Sin embargo, el austero papa inmediatamente matizaba esta relajación del código moral añadiendo que eso sólo es permisible “si los hombres están completamente separados de las mujeres y de las jóvenes y si se evita cualquier cosa indecorosa”. ( LANG, Paul Henry: Reflexiones sobre la música, Madrid, Editorial Debate, 1998, pp. 227-228).”
Comentario:
Os mando este texto sobre la mujer, la música y la Iglesia en el que el autor deja bien claro la” cosa” que éramos las mujeres (y aún somos) para los papas, obispos y otros profesionales de la salvación de almas.
Asusta pensar lo poco que se ha movido la jerarquía eclesiástica vaticana, y en nuestro caso la Iglesia Católica española, en favor de la igualdad y los derechos de la mujer, y en la condena de la violencia machista. La Iglesia condena el asesinato y la agresión, pero también disculpa y comprende, en cierto modo, la actitud causante del daño. Actitud machista que su teología defiende para liberar al hombre de la “influencia maligna” de las “tentadoras lascivas” que “alardean de su cuerpo” incitando al pecado y a la perdición etc. etc.
Como ya sabemos todas, la retrograda Iglesia tiene mucha presencia entre nosotros, tiene mucha influencia en la educación y en la política y continuamente alardea por todas partes de su mensaje teológico y misógino.
En la Semana Santa de Orihuela, por ejemplo, el Ayuntamiento (que somos todos/as) organiza y financia en colaboración con el Obispado, una procesión en la que saca a la calle y se exhibe un conocido paso: “la Diablesa”, escultura que representa perfectamente lo “malas” que somos las mujeres y el daño que hacemos a los hombres condenándolos al infierno. En el grupo escultórico pasional destaca una “demonia” con grandes tetas, gesto de lascivia y cara de muy mala, que nos sugiere claramente el desprecio hacia la condición femenina que aún hoy late en la Iglesia en la forma de un machismo bestial y discriminatorio que nos identifica como la causa de la desdicha del hombre.
Sirva este comentario para despertar a algunas mujeres que todavía tienen los ojos cerrados y no se han dado cuenta aún por donde y de que manera se manifiesta cotidianamente ante nosotras el peor de los machismos. Protestemos
Amen.
Comentarios