Las cazadoras de estrellas
EL ELECTRÓN LIBRE // MANUEL LOZANO LEYVACatedrático de física atómica molecular y nuclear, Universidad de Sevilla
Uno de los campos de la ciencia donde las mujeres han desempeñado un papel más ingrato, desconocido y decisivo ha sido la astronomía. El asunto comenzó en tiempos modernos (siglo XVIII) con Caroline Herschel, madre de todas las astrónomas y hermana de William Herschel, padre de la astronomía moderna. El papel de Caroline en las noches de observación de su hermano se limitaba a darle de comer, por tener él las manos ocupadas manteniendo ajustado el telescopio. Estaban muy unidos y él agradecía la compañía de su hermana, haciéndola partícipe de sus habilidades y descubrimientos. Muerto William, Caroline continuó observando y completando su catálogo de nebulosas y cúmulos estelares. Lo hizo tan espléndidamente que la Astronomical Society le concedió su medalla de oro.
Siendo la astronomía una actividad fundamentalmente nocturna, ¡cómo se iba a permitir a una dama pasar las noches fuera de casa y en compañía de extraños! Caroline fue una privilegiada, porque pudo hacer observaciones por ella misma, pero las mujeres estaban vetadas en los observatorios. Sin embargo, ocurrió algo inesperado. A principios del siglo XX, se vio que lo más interesante que se podía hacer en astronomía era analizar la luz emitida por las estrellas. Espectrómetros, el principal instrumento para ello, los había muy refinados, pero ordenadores no existían. Si se quería encontrar algo importante, había que analizar infinidad de estrellas, y eso era rutinario y tedioso al máximo, labor impropia de un científico. Se organizaron una especie de talleres a modo de los de modistas, donde trabajaban excéntricas mujeres que habían estudiado física y matemáticas, y deseaban acercarse a la astronomía. Su tarea era escrutar las fotos y espectros tomados por los señores astrónomos de noche. Lo hacían sometidas al estricto control de una gobernanta, y bajo la supervisión esporádica y displicente del astrónomo. El horario era eterno e inflexible, y no podían ni hablar. Muchas de aquellas mujeres no sólo eran pacientes, sino también muy inteligentes.
Los descubrimientos de las astrónomas de día fueron impresionantes. Henrietta Leavitt encontró la relación entre la luminosidad y el periodo de las estrellas variables; o sea, la manera más fiable de medir distancias. Gracias a ello, se pudo saber que los pilares de nuestro universo no son las estrellas, sino las galaxias. Annie Cannon, que clasificó el espectro de más de 200.000 estrellas durante 50 años, es considerada la fundadora de la astrofísica. Lo grotesco del machismo se reflejó en que la regla mnemotécnica que dieron los astrónomos para la clasificación de estrellas (OBAFGKM) fue: “¡Oh, Be A Fine Girl, Kiss Me!”. Sea esta columna un sencillo homenaje a aquellas excelsas cazadoras de estrellas.
Uno de los campos de la ciencia donde las mujeres han desempeñado un papel más ingrato, desconocido y decisivo ha sido la astronomía. El asunto comenzó en tiempos modernos (siglo XVIII) con Caroline Herschel, madre de todas las astrónomas y hermana de William Herschel, padre de la astronomía moderna. El papel de Caroline en las noches de observación de su hermano se limitaba a darle de comer, por tener él las manos ocupadas manteniendo ajustado el telescopio. Estaban muy unidos y él agradecía la compañía de su hermana, haciéndola partícipe de sus habilidades y descubrimientos. Muerto William, Caroline continuó observando y completando su catálogo de nebulosas y cúmulos estelares. Lo hizo tan espléndidamente que la Astronomical Society le concedió su medalla de oro.
Siendo la astronomía una actividad fundamentalmente nocturna, ¡cómo se iba a permitir a una dama pasar las noches fuera de casa y en compañía de extraños! Caroline fue una privilegiada, porque pudo hacer observaciones por ella misma, pero las mujeres estaban vetadas en los observatorios. Sin embargo, ocurrió algo inesperado. A principios del siglo XX, se vio que lo más interesante que se podía hacer en astronomía era analizar la luz emitida por las estrellas. Espectrómetros, el principal instrumento para ello, los había muy refinados, pero ordenadores no existían. Si se quería encontrar algo importante, había que analizar infinidad de estrellas, y eso era rutinario y tedioso al máximo, labor impropia de un científico. Se organizaron una especie de talleres a modo de los de modistas, donde trabajaban excéntricas mujeres que habían estudiado física y matemáticas, y deseaban acercarse a la astronomía. Su tarea era escrutar las fotos y espectros tomados por los señores astrónomos de noche. Lo hacían sometidas al estricto control de una gobernanta, y bajo la supervisión esporádica y displicente del astrónomo. El horario era eterno e inflexible, y no podían ni hablar. Muchas de aquellas mujeres no sólo eran pacientes, sino también muy inteligentes.
Los descubrimientos de las astrónomas de día fueron impresionantes. Henrietta Leavitt encontró la relación entre la luminosidad y el periodo de las estrellas variables; o sea, la manera más fiable de medir distancias. Gracias a ello, se pudo saber que los pilares de nuestro universo no son las estrellas, sino las galaxias. Annie Cannon, que clasificó el espectro de más de 200.000 estrellas durante 50 años, es considerada la fundadora de la astrofísica. Lo grotesco del machismo se reflejó en que la regla mnemotécnica que dieron los astrónomos para la clasificación de estrellas (OBAFGKM) fue: “¡Oh, Be A Fine Girl, Kiss Me!”. Sea esta columna un sencillo homenaje a aquellas excelsas cazadoras de estrellas.
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