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Es tiempo de llevar adelante los proyectos de escuela coeducativa; la realidad nos lo está exigiendo. Fenómenos que están surgiendo en la sociedad, como la iniquidad de una violencia de género masculino cada vez más mortífera, la violencia que se manifiesta en los centros educativos, la profunda desorientación y amplio fracaso escolar de los chicos, las dificultades con que las chicas encaran su vida adulta, con un exceso de responsabilidades, nos muestran que cambiar algunos elementos de nuestra cultura no es sólo una cuestión de justicia y de equidad, es también una cuestión de supervivencia y felicidad. Más allá de los diagnósticos, advertencias, deseos, que durante años hemos expresado las mujeres feministas, y sobre todo las maestras feministas, en el sentido de la necesidad de cambiar los modelos culturales impartidos por la escuela, los cambios sociales revelan desequilibrios profundos en nuestra vida, con consecuencias negativas y complejas, si no somos capaces de hallar soluciones. Frente a determinados problemas, hay un acuerdo casi unánime: es la educación la que debe solucionarlos. Y sin embargo, a la hora de repensar seriamente la educación, a la hora de arbitrar los recursos de todo tipo para ahorrar a las nuevas generaciones muchos de los errores culturales que padecemos, algo falla. Perdemos el tiempo y la paciencia en debates antiguos, como el de la laicidad, que debiera de estar ya ampliamente superado, y no somos capaces de afrontar los nuevos retos, que no responden a vagos temores o hipótesis de trabajo académico, sino cifras crecientes de mujeres asesinadas, cifras de jóvenes muertos en accidentes absurdos, cifras de personas fracasadas o deprimidas porque no han conseguido "triunfar" en ninguno de los ámbitos en que debieron competir. Problemas, todos, con una raíz común: una cultura androcéntrica, un género masculino obsoleto, enfermo de competición y de agresividad innecesarias.
Marina Subirats en Boletín Igualdad de Género y Coeducación.

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